Wednesday, December 13, 2006

A primera vista, la cultura y las carreras parecen formar una pareja incompatible, pero quien esto escribe ha cultivado toda su vida el vicio de la música y la felicidad del turf. El escritor y traductor madrileño Miguel Sáenz, con quien tuve el gusto de compartir una jornada memorable del Breeders' Cup en Belmont Park, me dijo una vez que él conocía un solo intelectual apasionado por la hípica: Fernando Savater. Quizás yo le haya contestado que una gloriosa tarde de verano en Ascot, creí cruzarme, de camino a la redonda de montar, con Lucien Freud, el más grande de los pintores de la segunda mitad del siglo veinte, aunque a lo mejor, eso me sucedería un par de años después. No importa: esos botines de filósofo burrero o de artista apostador me quedan muy, muy grandes. En estas páginas preferiría apuntar al inspirado oficio de aquel Modesto Hugo Papávero, que en una sola tarde de domingo de 1925 compuso un tango inmortal, Leguisamo Solo, y así casó para siempre a la música y los tungos.

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